Un grupo de amigos, algunos de ellos disfrazados, esperan ansiosos para entrar al estreno de Star Wars: La amenaza fantasma (1999). Una vez dentro de la sala y con la adrenalina de todos los asistentes al límite durante la fanfarria de Fox, uno de ellos pierde la sonrisa al preguntarse “oigan chicos… ¿y si la película apesta?”.
Uno de los momentos más icónicos de Fanboys (2009), modesta película que alcanzó un tenue estatus de culto entre los más acérrimos warsies, es un buen ejemplo sobre el furor extremo de algunos en pos de la nostalgia, pero también de cómo, contrario a lo que muchos piensan, ésta no es un negocio tan seguro como podría parecer a primera instancia.
El retro twin
La nostalgia no es otra cosa que una tristeza melancólica generada por un recuerdo de lo que consideramos tiempos mejores. Una situación común por las complicaciones propias que implica crecer y darse cuenta que el mundo no es ese lugar idílico con el que alguna vez soñamos. Sensaciones que, hay que decirlo, han sido muy bien aprovechadas por distintas industrias, entre las que figura la del entretenimiento, para la concepción de un retro twin o gemelo retro: una década que intenta emular lo visto en el pasado, casi siempre veinte años atrás, para garantizar la identificación de las audiencias que ahora gozan de mayor poder adquisitivo.
La tendencia que para algunos comenzó con la idolatría a los 50 suscitada durante los 70 y manifestada en títulos como American Grafitti (1973) y Vaselina (1978), continuó en los 80 con historias apoyadas en los 60 como Baile caliente (1987) y Los años maravillosos (1988), y en los 90 con tramas ambientadas en los 70 como Boogie Nights (1997), Studio 54 (1988), That 70’s Show (1998) e incluso Casi famosos (2000).
Más recientemente, y quizá más evidente para muchos, fue la larguísima ola ochentera iniciada en los 2000 y que se manifestó en proyectos tan variados que fueron de Donnie Darko (2001) a Watchmen (2009), en el regreso de viejas historias como Transformers e Indiana Jones, así como en franca renuencia a concluir. Esto último le llevó a extenderse por casi veinte años con títulos como Super 8 (2011) y Stranger Things (2016), reinvenciones de clásicos de su tiempo como Furia de titanes (1981), Pesadilla en la calle del infierno (1984) y Karate Kid (1984), además de secuelas tardías como Tron: El legado (2011).
Aunque todavía da signos de vida, lo que puede apreciarse en filmes como Wonder Woman 1984 (2020), todo apunta a que la industria se dirige cada vez más fuerza a la resurrección noventera, un recorrido que incluye la trilogía de Jurassic World, retornos que van de La bella y la bestia (2017), Aladdin (2019) y El rey león (2019) a Mortal Kombat (2021) y Resident Evil: Welcome to Raccoon City (2021), y que además permite entender el furor despertado por Space Jam: Un nuevo legado (2021), Pam & Tommy y el largamente anhelado reencuentro de Friends (2021).
Vale la pena destacar, eso sí, que estas reglas de temporalidad no siempre aplican. Tal es el caso de Ready Player One (2021) que fusionó elementos de distintas épocas para dar un proyecto de ensueño para muchos. Más evidente es el caso de Star Wars, que si bien cumplió con la premisa durante las precuelas, iniciadas en los 90 para honrar una franquicia estrenada en los 70, sigue gozando de un enorme éxito gracias a la legión de fans cosechada a través del tiempo. Una historia imperecedera e idolatrada por distintas generaciones, pero cuyos más recientes éxitos no provienen del rescate de viejos personajes, sino de la óptima expansión de su universo original con títulos como Rogue One (2016) y The Mandalorian (2019).
Una fórmula incierta
Con estos antecedentes y tomando en cuenta que muchos de los títulos más taquilleros de todos los tiempos se inspiran en historias preexistentes, no habría razón para dudar que la nostalgia es un negocio seguro. Pero las cosas no siempre son tan sencillas como parecen. Y es que, al igual que los protagonistas de Fanboys, es imposible evitar la emoción generada por estos proyectos, pero tampoco la incertidumbre ante la posibilidad de que los retornos no estén a la altura. Después de todo, estas películas y series implican la búsqueda de una minuciosa fórmula que encuentre el punto exacto entre lo viejo y lo nuevo, o mejor dicho, entre lo clásico y la renovación. Tal fue el caso de Jurassic World (2015) que replicó muchos de lo visto en Jurassic Park (1993), pero trasladando las acciones a un parque completamente funcional y con un héroe de acción como protagonista, o The Mighty Ducks: Game Changers (2021) que ha replicado conflictos de la trilogía sin descuidar los problemas propios de la actualidad. Casos contrarios al de El rey león, incapaz de justificar su existencia tras copiar casi al pie de la letra lo visto en el filme original; más discutido fue el caso de Star Wars: Los últimos Jedi (2017) cuya fórmula rompedora fue despreciada por algunos, pero vista como un bálsamo por otros ante la necesidad de evolucionar la franquicia en pos de su supervivencia.
No menos importante es el cumplimiento de nuestras expectativas, ya que más allá de su calidad técnica o narrativa, son historias que apelan de lleno a lo emocional y que como tal pueden afectar directamente en los recuerdos de lo que muchos consideran tiempos mejores. O como dijera Sally Jupiter en Watchmen, “todos los días, el futuro parece un poco más oscuro. Pero el pasado… incluso sus partes mas repugnantes… siguen haciéndose más brillantes”. Esto hace que adaptarse al paso del tiempo en el mundo real sea especialmente desafiante.
La creación de historias ambientadas en el pasado puede ser relativamente sencilla, rescatar viejas glorias del pasado no lo es tanto. Ni siquiera las grandes franquicias se salvan de ello, como fue el caso de Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (2008) que batalló en plasmar un aventurero considerablemente más maduro sin alterar su identidad o de la ya mencionada Los últimos Jedi que para muchos traicionó la esencia del siempre idealista Luke Skywalker al convertirlo en un hombre tan desencantado que se inclinó por el exilio.
No sorprendería que ésta haya sido la razón por la que HBO Max se decantara por un reencuentro de Friends integrado por juegos e invitados en lugar de un episodio en forma, pues como bien dijera Lisa Kudrow en su momento “era sobre gente de 20 o 30 años. El show no es sobre gente con 40 o 50 años. Y si tuviéramos los mismos problemas que en ese entonces, sería muy triste”. Y es que por un lado, todos queremos saber qué fue del sexteto de amigos, pero es imposible asegurar que nos gustará en lo que se han convertido en la madurez. Sus risas y alegrías serían las nuestras, pero también sus tristezas y fracasos.
No menos desafiantes son los reboots, recasts y herencias de mantos que no terminan de definirse entre la replicación de viejas fórmulas que buscan capturar a los aficionados de antaño o la búsqueda de nuevas propuestas para las generaciones más recientes. Indecisiones que en más de una ocasión ha resultado en mensajes ambiguos que no terminan de conquistar a ninguna de las dos partes y riesgos propios de una tendencia que, contrario a lo que suele pensarse, no es tan reciente ni tan sencilla y que en más de una ocasión nos ha llevado a preguntarnos: ¿y si la película apesta?
Pero como bien reza el dicho popular, no hay mal que dure cien años, una premisa que aplica hasta para las películas y series más cuestionadas de su tiempo, algunas de las cuales han sido reivindicadas con el paso de los años hasta convertirse en clásicos de su época. Vale la pena pensárselo dos veces antes de decir que las cosas ya no se hacen como antes, pues es difícil saber si la propia nostalgia nos hará cambiar de opinión en unos años…
Son historias que apelan de lleno a lo emocional y que como tal pueden afectar directamente en los recuerdos de lo que muchos consideran tiempos mejores.
FUENTE: Luis Miguel Cruz / Spoilertime.com
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