En 1950 nació La aventurera. La historia de Elena Tejero, una joven de Chihuahua que, debido al repentino abandono de su madre y el suicidio de su padre, tiene que valerse por sí misma y emprende un viaje que la enfrenta con la trata de mujeres y el mundo de las cabareteras en el México de los años cuarenta y cincuenta.
Con el calor de la bebida, números musicales dignos de la época y una historia con la cantidad justa de drama, comedia y venganza; el cineasta mexicano Alberto Gout, conocido director del cine de cabaret, o de rumberas por cintas como Humo en los ojos o Revancha, consagró a la actriz cubana-mexicana Emelia Pérez Castellanos, mejor conocida como Ninón Sevilla, en el estrellato.
La actriz, nacida en la Habana, Cuba, en 1921, se convirtió en “La reina de las rumberas”, un símbolo sexual a nivel internacional, por su cuerpo perfecto y su talento para bailar. En pantalla, Ninón da vida a una Elena inocente, proveniente de una familia adinerada, que reside en la ciudad de Chihuahua. Enfocada en la danza y su vida familiar, cuya inocencia se interrumpe cuando descubre a su madre con un hombre que no es su padre.
Como efecto dominó, aquel descubrimiento desemboca en el suicidio de su padre y Elena viaja a Ciudad Juárez para ganarse la vida. Desesperada, salta de un trabajo a otro hasta que un amigo de sus padres, Lucio, le ofrece trabajo como secretaria de Rosaura, interpretada por Andrea Palma, la dueña de un cabaret. Pronto, el hombre destapa sus verdaderas intenciones: que Elena trabaje como bailarina en un centro nocturno.
En un principio, Elena se opone. Pero pronto encuentra que su vida corre peligro si se niega a trabajar para Rosaura y debuta como bailarina. Por su talento nato en el escenario y la cadencia de sus anchas caderas, pronto se convierte en la sensación del lugar. Sin embargo, su historia da otro vuelco cuando se ve envuelta en un robo y huye a la capital mexicana para trabajar.
Ahí, Elena se adueña de su piel, de su talento para bailar y pronto, se reconoce como la estrella de cabaret más brillante de la época. Pero además de Aventurera, Ninón era una estrella por sí misma. Desde su tierra natal y, junto a Pérez Prado, exportó el mambo al resto de la región y se convirtió en un referente del chachachá.
En la infancia, Emelia quería ser monja, según reportaron diversos medio de comunicación. Pero su verdadera vocación era el baile. Así que siguió el camino que le marcaba el compás de la música y comenzó a prepararse como bailarina, hasta que tuvo la edad apropiada para buscar una oportunidad en los clubes nocturnos de la vieja Habana.
Emelia abandonó su nombre y se decidió por llamarse “Ninón”, en homenaje a Ninon de Lenclos, una cortesana francesa. Una vez que su nombre se popularizó en los salones de baile, Ninón se incorporó al coro de los comediantes de Nananina y Tres Patines.
Llegó a México en 1940 y su primer papel en tierra azteca lo desempeñó en el Teatro Lírico de la capital. Su primer papel en el cine lo obtuvo seis años después, gracias al productor Pedro Arturo Calderón, quien después de verla en el espectáculo de Libertad Lamarque, la invitó a participar en la cinta Carita de cielo. Un título irónico, considerando que Ninón Sevilla, vivió para convertirse en el epítome del pecado y la sensualidad en el cine.
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